Reflexiones para tí.

Un Dios que me entiende

«En Cristo, gracias a la sangre que derramó, tenemos la liberación y el perdón de los pecados» (Efesios 1: 7).

En su libro La gran comisión: Estrategias para cumplirla, Mark Finley cuenta la historia de un niño que vendía periódicos en una zona rural de los Estados Unidos.

Mientras pedaleaba su bicicleta, el niño se topo con este letrero: «Se venden perritos». Como siempre había soñado con tener un perro como mascota, entró al lugar y le preguntó al encargado:

Señor, ¿puedo ver los perritos?

—Claro que sí —le contestó el señor.

En seguida el señor le mostró cuatro cachorritos. Mientras el chico los veía, un quinto perrito llegó cojeando.

— ¿Cuánto cuestan, señor?

— 25 dólares cada uno.

— ¿Qué le pasó a ese perrito que camina cojeando?

—Es un defecto de nacimiento. No puede correr, no puede jugar, no creo que te sea muy útil.

—Señor, ese es el que yo quiero. Le pagaré cincuenta centavos cada semana, hasta que le pague todo el dinero.

— ¿Y por qué quieres ese cachorro? —le preguntó.

«El niño se levantó el pantalón de una de las piernas para mostrar un soporte de metal y una correa, señales de una pierna deforme. “Señor, ese perrito necesita a alguien que lo comprenda, ¡y yo sí puedo!”» (pp. 22, 23).

Es una verdad universal que todos acarreamos un defecto de nacimiento: nuestra naturaleza está inclinada hacia lo malo. Nos gusta seguir nuestros malos deseos y cumplir los caprichos de nuestra naturaleza pecadora. Al que crea lo contrario, lo animo a tirar la primera piedra. ¿Cómo tratas a tu amigo que ha cedido a su cojera y ha caído en el pecado? ¿Lo condenas? ¿Lo rechazas? ¿Olvidas que tú también estás cojo? El «cojo» no necesita una mano acusadora, ¡sino un corazón solidario! Eso fue lo que hizo Jesús,

«Nuestro Sumo sacerdote [Jesús] puede compadecerse de nuestra debilidad. Porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros» (Hebreos 4: 15). En lugar de burlarse o criticarte por tus debilidades, mi Señor tendrá compasión de ti; él conoce por experiencia propia las luchas a las que tú te enfrentas día tras día, pues él también  las enfrentó.  Si hoy te sientes solo o crees que nadie te comprende, te sugiero mirar a Cristo, mira las marcas de los clavos en sus manos y recuerda que él sí te entiende.

 

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2016
“Visita mi Muro, 366 Mensajes que Inspiran”
Por: J. Vladimir Polanco







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